lunes, 11 de diciembre de 2006

Vasudeva y Martín Baró

Quiero compartir con ustedes un ensayo que escribí para la universidad, el cual me resultó particularmente placentero de escribir. Espero que les agrade.

ESCUCHA, VOZ Y LIBERTAD

He tenido que soportar la desesperación, he tenido que hundirme hasta el

pensamiento más insensato de todos, el pensamiento del suicidio, para poder alcanzar

la gracia, para volver a sentir a Om, para poder volver a dormir como es debido. He

tenido que ser un loco para volver a encontrar en mí a Atman. He tenido que pecar

para poder seguir viviendo. ¿Adónde puede llevarme aún mi camino? Este camino es

extravagante, discurre en meandros, quizá se cierra en círculo.

Pero vaya como vaya, quiero recorrerlo.

( Hermann Hesse, Siddharta, p.42)

"Sólo la esperanza merece ser calificada de realista, pues sólo ella toma en serio las posibilidades que atraviesan todo lo real.

La esperanza no toma las cosas exactamente tal como se encuentran ahí, sino tal como caminan, tal como se mueven y pueden modificarse en sus posibilidades"

(Martín-Baró, citando a Moltmann, 1972)

Propuesta para una metáfora

El tema de la libertad es una constante dentro de nuestra cultura. Libertad de culto, expresión, reunión, libertad sexual o de asociación, mercado, así hasta el hartazgo. Nos es vendida como la noción de no estar atado a nada externo para poder ejercer un derecho y desarrollar plenamente un rasgo o actividad de nuestras vidas. Y no está mal. Pero bien sabemos que esta libertad es quimérica para la mayoría de la gente, que casi todo el mundo se siente atado e incompleto y esclavizado por algo en medio de esta cultura de libertad. Es una pesada paradoja que pesa sobre sujetos y sociedades.

En buena parte, creo que esto atribuible al hecho de que esta diversidad de acciones posibles dentro de la sociedad no ha logrado implicar que exista la misma probabilidad y diversidad para que la mayoría logre expresarse a sí misma a través de su actividad. Es decir, es un problema de alienación, de sustitución de la identidad por la función en nuestra vida cotidiana- y en casi todos los ámbitos, que carcome todas las sociedades civilizadas. Y cuanto más occidentales, peor.

Cuando se habla de esto, es posible pensar justamente en un término ligado a la búsqueda de esta malograda libertad: la liberación, que creo que es poner el deseo de libertad en presente continuo activo y en plena disposición para emprender las luchas que sean necesarias. Y esta palabra, usualmente, la he visto ligada de dos modos distintos.

El primero es el que hace referencia a la liberación interior. Este término es una constante en todas las propuestas místicas y las más avanzadas éticas filosóficas. En estos modelos de pensamiento acontece que El Ser, nuestra esencia, o como quiera llamársele, están atados a las mentiras que se nos han enseñado acerca de ellos y sus posibilidades de realización. Pero mediante el empeño y la disposición a darle libertad, nos encontramos y reconstruimos en una vida que es reenfocada a la vez que alterada por acciones transformadoras, generando bienestar para quien emprende el cambio como para aquellos a su alrededor.

Por otra parte, se habla de la liberación social. Esta es en verdad compleja. Podemos ver cómo el problema del poder y el deseo de retenerlo a cualquier precio es real en toda forma de sociedad humana, manifiesto en los privilegios de pocos y la opresión de muchos, más básicamente en la alienación de todos. Tratar de liberar al ser humano en su situación social, se nos puede decir, tiene que ver con la alteración de sus condiciones de vida y pensamiento mediante acciones que transforman su realidad y modos de pensar, por tanto de comportarse y construir sociedad.

El vínculo entre ambas formas de libertad puede intuirse y expresarse más o menos así: aquél que se libera interiormente, si lo hace con coherencia, halla su afinidad con las acciones que se propongan transformadoras de la realidad social. Liberar lo social faculta la liberación de los sujetos de las ataduras del poder establecido; lograr eso implica la liberación interna de quienes quieran transformar lo social.

Este principio es lo que quiero exponer en este texto, en su relación íntima con una de las posibilidades más notorias y menos aprovechadas de los procesos psicoterapéuticos, que es la búsqueda de la libertad integral del o la consultante. Y para ello, quiero ilustrar mediante una metáfora una acción transformadora que considero fundamental: la escucha.

Ella estará ligada con otras dos acciones: la adquisición de una voz propia para emprender los cambios que conducen a la liberación. Y ello quiero ilustrarlo a través de dos fuentes en principio disímiles: dos personajes literarios de una novela en la cual la adquisición de la libertad interior es el tema-eje, y las propuestas fundamentales de Ignacio Martín-Baró, por mucho el más representativo teórico de la psicología social de la liberación. Trataremos de ser breves y eficaces.

La escucha como senda para la libertad personal.

(El personaje de Vasudeva en la obra Siddharta de Hermann Hesse.)

Después, al ponerse el sol, se sentaron sobre un tronco, junto a la orilla, y Siddhartha refirió al barquero su vida y su alcurnia, como lo había visto hoy ante sus ojos, en aquella hora de desesperación. Su relato duró hasta bien entrada la noche. Vasudeva le escuchó con toda atención. Se enteró de su genealogía, de su niñez, de todo lo que aprendió, de todo lo que buscó, de todas sus alegrías, de todas sus calamidades. Esta era una de las virtudes mayores del barquero: la de saber escuchar como pocos. El orador se dio cuenta de que Vasudeva recibía sus palabras tranquilo, abierto, esperando, sin perder ninguna, sin esperar ninguna con impaciencia, sin elogiarlas ni censurarlas, limitándose a escuchar. Siddhartha sentía cuán placentero es tener un oyente así, volcar en su corazón la propia vida, los propios anhelos, los propios dolores.

Cuando Siddhartha estaba teminando su relato, cuando habló del árbol junto al río y de su profunda caída, del sagrado Om y de que al despertar del sueño había sentido un amor muy grande por el río, el barquero redobló la atención, enteramente entregado a la narración, con los ojos cerrados.

Pero cuando Siddhartha calló, y después de un largo silencio, dijo Vasudeva:

-Es lo que yo pensaba. El río te ha hablado. También se te muestra propicio, también te habló. Eso es bueno, muy bueno. Quédate conmigo, Siddhartha, amigo mío. En otro tiempo tuve mujer, pero ya hace tiempo que murió, y desde entonces vivo solo. Ahora puedes vivir tú conmigo; hay sitio y comida para los dos.

-Te lo agradezco -dijo Siddhartha-, te lo agradezco y acepto. Y también te doy gracias, Vasudeva, por haberme escuchado con tanta atención. Pocos son los hombres que saben escuchar, y pocos he encontrado que lo hagan como tú. Tendré que aprender también esto de ti.

-Lo aprenderás-dijo Vasudeva-, pero no de mí. El río es el que me ha enseñado a escuchar; tú también lo aprenderás de él. Lo sabe todo, todo se puede aprender de él. Mira, hoy has aprendido de las aguas que es bueno tender hacia abajo, hundirse, buscar el fondo. El rico y culto Siddhartha quiere ser remero, el sabio brahmán Siddhartha aspira a convertirse en barquero: esto también te lo ha enseñado el río. También aprenderás lo demás.

Siddhartha habló después de una larga pausa:

-¿Y qué es lo demás, Vasudeva? (Hesse, p.45)

La novela Siddharta es la historia de un hombre en busca de sí mismo y su liberación interior a través de todo tipo de experiencias vitales, pasando por la devoción, el ascetismo, la riqueza, los vicios y finalmente una existencia humilde pero satisfecha de sí. En medio de este proceso, una de las experiencias cumbres – y la que le permite al protagonista hallar por fin su senda de libertad- es el encuentro con el sencillo barquero Vasudeva. Éste, a diferencia del protagonista (culto y preparado, excomerciante, un hombre demasiado acostumbrado a hablar), es alguien que toda su vida ha aprendido a escuchar. Pasando gente de un lado a otro del río ha escuchado un millón de historias, de parte de gente de todo tipo. Además, a través del río ha aprendido a escucharse a sí mismo, a estar en íntima comunión con su cuerpo que mueve los remos y su ser interior, que escucha y aprende lecciones acerca de La Unidad.

Esto es una innovación para Siddharta. Se da cuenta de cuanto su búsqueda había estado atada a las palabras, a sus palabras y empeño en hablar, concluir, dominar al yo o a su cuerpo o los demás. Pero un escucha atento le hace salir de ello; le reta a dejar de buscar en palabras o especulaciones, si no a sólo hallar y dejarse estar.

Pero el río le enseñó mucho más de lo que pudiera enseñarle Vasudeva. Constantemente le estaba enseñando. De él aprendió ante todo a escuchar, a escuchar con tranquilo corazón, con el alma abierta, esperanzada, sin pasión, sin deseo, sin prejuicios, sin opinión. (Hesse, p.46)

Este aprendizaje de la escucha le hace acceder a una sabiduría distinta. Escucha su cuerpo y deja de juzgarlo a él y a todo lo demás. Se abre a la totalidad, y con ello incluso se faculta para brindar su mejor ayuda a otras personas, también necesitadas de escucha y encuentro.

Con frecuencia se sentaban juntos en la orilla sobre el tronco de árbol, callaban y escuchaban el rumor del agua, para ellos no era la del agua, sino la voz de la vida, la voz del que es, del ser eterno. Y a veces sucedía que ambos, escuchando al río, pensaban en la misma cosa, en una conversación de días atrás, en uno de sus pasajeros, cuyo rostro y destino les preocupaba; en la muerte, en su infancia, y que ambos a una, en el mismo instante, cuando el río les había dicho algo bueno, se miraban uno a otro, pensando los dos en lo mismo, regocijados los dos por la misma respuesta a la misma pregunta.

Emanaba de la barca y de ambos barqueros algo que muchos de los pasajeros percibían. Sucedía con bastante frecuencia que algún viajero, después de haber mirado al rostro de cualquiera de los dos barqueros, empezaba a relatar su vida, refería sus penas, confesaba sus maldades, pedía consuelo y consejo. Sucedía a veces que uno pedía permiso para pasar una noche con ellos y escuchar al río. (Hesse, p.47)

Al ser capaces de escucharse a sí mismos y entre sí, Vasudeva y Siddharta quedan facultados para darle a otros a través de su escucha, de su apertura a la vida y el dolor y el carácter de aquellos que se cruzaban en su camino. Liberaban a las personas de sus cargas, invitaban a otros una redención más completa del ser.

Pero el proceso de Siddharta no es rápido. Mucho tiene todavía que aprender acerca de escucharse a sí mismo en su mente y emociones más profundas. Tiene que pasar por el dolor de separarse de su hijo (venido a él casi por accidente) para lograrlo. Este vástago deja a su padre tras de injuriarlo fuertemente. Siddharta trata de buscarlo en la ciudad más cercana; fracasa. Pero aprende una lección de escucha al cuerpo y a su corazón.

En el lugar de la meta del deseo que le había traído hasta aquí halló el vacío. Triste se dejó caer al suelo, sintió morir algo en su corazón, sintió el vacío, no vio ya alegría alguna, ningún fin. Estaba hundido en sus reflexiones y esperó. Esto había aprendido en el río: esperar, tener paciencia, escuchar. Y allí estaba escuchando, sentado en el polvo de la carretera, escuchando su corazón cómo latía fatigado y triste, esperando una voz. Así permaneció muchas horas escuchando, no vio ya más imágenes, se hundió en el vacío, dejóse caer sin descubrir un camino. Y cuando sintió arder la llaga pronunció en voz baja el Om, sintióse sumergido en el Om. (Hesse, p.55)

La partida de su hijo lo hace conciente como nunca antes de sus propios errores y defectos, pero le permite recibir una lección definitiva de escucha de parte de Vasudeva: su dolor es validado, comprendido, pero se da cuenta de que es tiempo de que halle su propia voz ante la vida; no puede ser más otro a través de sí, debe hablar y escuchar como Siddharta y ser libre.

Mientras hablaba, y habló mucho; mientras Vasudeva le escuchaba con rostro sereno, Siddhartha sintió que su oyente le escuchaba con más atención de costumbre, que sus dolores, sus angustias, le penetraban, que sus secretas esperanzas le traspasaban, volvían a él desde el otro lado. Mostrar su llaga a este oyente era como bañarla en río hasta que se enfriara y fuera una sola cosa en el río. (Hesse, p.57)

Siddhartha escuchó. Escuchaba ahora con toda atención, enteramente se vació, absorbiéndolo todo; sentía que al fin había aprendido a escuchar. Ya otras muchas veces había oído todo esto, todas aquellas voces en el río; pero hoy sonaban de modo distinto. (Hesse, p.58)

Esta penosa experiencia hizo que Siddhartha se volviera profundamente comprensivo con las personas sencillas que no se guían por raciocinios y conocimientos, sino sólo por instintos y deseos. En vez de considerarlas ridículas, como antes, ahora las ama; ve en ellas la vida, la existencia, lo indestructible; el Brahma (La Unidad) se halla en cada una de sus pasiones, de sus obras. Todo ser es digno de escucha, capaz de libertad. Siddharta se abre y ama.

La obra concluye con un encuentro largamente esperado: el del protagonista con Govinda, el mejor amigo de su juventud, que lleva décadas como monje budista y que anhela de verdad ser libre. Govinda, como Siddharta en otro tiempo, tiene muchas palabras para decir, argumentar, refugiarse. No es capaza de sentirse, de intimar con sus emociones, no conoce aún su propia voz. Pero su amigo le ayuda escuchando y hablando desde el corazón. Lo invita a hallarse en su sensibilidad, en el mundo, a ver la La Unidad de todo en su propio ser. Y cuando lo hace, comienza a liberarse.

Govinda permaneció todavía un momento inclinado sobre el rostro de Siddhartha, que acababa de besar, que acababa de ser escenario de todas las figuras, de todo ser y existir. (Hesse, p.59)

Se nota entonces que Siddharta, ya dueño de su voz en el mundo, brinda más atención que palabras al amigo que requiere ayuda y redención. Esto, gracias a que en su momentoVasudeva escuchaba al río; a través de eso, él escuchaba su cuerpo, su ser más íntimo. Así llegó a ser libre para sí.

Al saber escucharse, era abierto y claro para escuchar a cualquiera. Al escuchar de ese modo, permite que quien la habla tenga la oportunidad de ir, poco a poco, hallando su propia voz. Ese fue el caso de Siddhartha. Él se escucha como nunca antes cuando, como Vasudeva, aprende a escucharse en el río. Así, puede luego guiar a Govinda hacia sí mismo cuando llega el momento. Y ese ciclo de bien no se detiene: aunque la obra no lo diga, esa libertad de Govinda espera por alguien más en un sencillo pero comprometido acto de escucha.

La libertad colectiva y dar voz a los oprimidos

(La propuesta para una psicología liberadora de Ignacio Martín-Baró)

En otros términos, la psicología social pretende examinar la doble realidad de la persona en cuanto actuación y concreción de una sociedad, y de la sociedad en cuanto totalidad de personas y sus relaciones. La psicología social examina ese momento en que lo social se convierte en personal y lo personal en social, ya sea que ese momento tenga carácter individual o grupal, es decir, que la acción corresponda a un individuo o a todo un grupo (Martín-Baró, 1983a, pp. 16-17). ( De la Corte, pp.174-175)

Cuando tratamos de aproximarnos al tema de la libertad, la escucha y la propia expresión desde una vertiente social, vemos como las situaciones que aquejan a los sujetos individuales se clarifican y complejizan a la vez. Lo primero, en tanto que el conocer las realidades de una cultura o sistema de control social nos permite acercarnos mejor, más objetiva e integralmente, a los orígenes de los malestares de la gente que consulta. Unos de los ejemplos que podrían citarse con más vehemencia son, por ejemplo, la alienación con respecto al cuerpo que padece mucha gente, o el hecho de que muchos que necesitan de escucha, guía y encuentro consigo no hallarán tales cosas por su situación socioeconómica. El camino de muchas y muchos hacia su liberación queda truncado desde esa raíz.

La persona, como forzoso miembro de una sociedad, es un ser-en-relación con otras personas. La mayor parte de sus acciones están referidas a otros, constituyendo una corriente de influjo interpersonal entre los individuos implicados que resulta ser el fenómeno del que se ocupa el psicólogo: la acción humana en cuanto referida a otros. (De la Corte, p.176)

Ser-en-relación. Lo cual nos lleva a pensar que el ser depende de sus relaciones, de su justicia o simetría, de las posibilidades de desarrollo (libertad) en éstas. El proceso de llegar a ser pleno, de contar con una libertad para lograrlo, pasa por el modo en que las relaciones con otros nos desafían y modifican.

Hay ocasiones, lo sabemos bien, es que esa modificación no se nota mucho cuando los sujetos han aprendido a reproducir y perpetuar el mismo sistema ideológico que los oprime, cuando todo lo que decimos a través de cuerpo y palabras es en realidad el discurso de un otro que, de paso, no tiene interés en nuestro bienestar y realización.

El orden social de una sociedad determinada en la que conviven un conjunto variable de grupos con intereses contrapuestos es la consecuencia de la imposición de los intereses particulares de uno de esos grupos (constituido como "clase dominante") sobre los intereses de las otras clases. Así se rectifica la explicación de las funciones y roles (la estructura normativa) desempeñados al interior de una sociedad que proporcionaba el funcionalismo. La estructura normativa –o sistema de vigencias- imperante en un determinado orden social está orientada de manera objetiva a resolver las necesidades de la clase social dominante antes que las necesidades de la totalidad social. (De la Corte, p.179)

De lo anterior se infiere, siguiendo con la analogía, que las mayorías no hablan con su propia voz, que la estructura social como un todo impide que la gente se exprese vitalmente en sus propios términos. Y esto, en buena parte, es porque no hay quién le interese escuchar tales términos. Los espacios de expresión no sirven de mucho si no hay canales de recepción, de diálogo, donde cuerpos y palabras se conecten energéticamente para generar cambio.

Las ideologías dominantes nos han vuelto incapaces de escucharnos. A través de su obra, MartínBaró plantea como salir de esa alienación-sordera.

Se supone, como acabamos de ver, que los intentos de transformación del sistema guardan una relación directa con el estado de la "conciencia de clase" de los sectores no dominantes. Y en este sentido, la posibilidad del cambio social depende en gran medida de factores psicológicos a los que podemos referirnos con la expresión genérica de procesos de concienciación -o conscientización-, es decir, de rotura o quiebra de la ideología dominante como marco fundamental de interpretación y valoración del propio sistema. (De la Corte, p.180)

Conciencia de clase: voz propia. Saber lo que se es y lo que se quiere, proyectarse a cómo lograrlo. Ese es el concepto que primero rescatamos en Siddharta, pero ahora queremos concatenar con un contenido social. Así como el cambio interior comienza a potenciarse cuando dejamos de lado las mentiras que otros nos inculcaron acerca de nuestro ser y potencial, los grupos pueden cambiar su situación cuando dejan de lado la lente del dominador y se hallan en su verdadero ser, y se expresan desde su realidad.

Este adquirir conciencia, si bien no puede ser considerado análogo entre los sujetos y los grupos, comparte un principio general: la libertad implica ruptura, pero no afán de destrucción, con respecto al anterior estado de cosas. Es encontrarse a uno mismo en su historia para explicarse, en su presente para asumirse creando nuevas opciones y en el futuro para proyectar hacia dónde irá esa transformación del ser. Martín-Baró nos llama a cuestionar el origen de nuestra cotidianidad para ser críticos y plantearnos soluciones que dejen de lado la opresión. ¿Cómo funcionaría tal principio con nosotros mismos? Es pertinente, al parecer, para todas las áreas de la psicología.

La teología de la liberación da un nuevo sentido a esta psicología que la Iberoamérica del yugo y el silencio exige, la liberación misma, o en otro modo, la democratización real de sus pueblos, es decir, la posibilidad de autogobernarse, de decidir sobre su propio destino. (De la Corte, p.191)

La alternativa, como vimos, comienza a perfilarse cuando se deja de lado el silencio y la falsa expresión, y tendemos puentes hacia el diálogo interno y externo. Muestra de ello es que las primeras bases para una psicología social para América Latina, provienen de la teología de la liberación. Una voz propia para otra voz propia más joven, y creamos una posibilidad de pensar en la libertad para un tercero.

Liberación como liberación social, y no individual, como habitualmente la ha ejercido la psicología misma. Hay que partir de la afirmación de que la situación en la que viven las mayorías populares iberoamericanas es una situación socialmente injusta (de pecado estructural). El referente utópico que hermana, por tanto, a la liberación teológica y a la psicológica es el mismo: liberación de la explotación económica, de la miseria social y de la opresión política. (De la Corte, p.191)

Martín-Baró plantea tres tareas –o tres dimensiones prácticas (Montero, 1993)- urgentes para esa psicología:

Recuperación de la memoria histórica de los pueblos iberoamericanos. Según la idea original del sociólogo Fals Borda (1985), como manera de devolver el orgullo a esas mayorías populares por las raíces históricas y la tradición propias y como estrategia para reconstruir la propia identidad colectiva, requisito indispensable para la organización popular.

Potenciar las virtudes del pueblo. Las que le han permitido sobrevivir en ese mundo hostil (aún reconociendo la existencia de otros rasgos de la cultura propia, como el fatalismo, francamente alienantes). Así, la solidaridad en el sufrimiento y el sacrificio por el bien colectivo, vivas en diversas formas de la religiosidad popular o en algunas viejas costumbres.

Desideologización de la experiencia cotidiana y la cultura establecida. Como trabajo de concienciación sobre la situación vivida y sobre los propios intereses de clase que esa ideología oculta y, también, como reacción al clima de mentira institucionalizada fomentado por el control de los medios de comunicación que ejercen las minorías dominantes y por la propensión de estas minorías a atribuirse la capacidad de interpretar, sin error posible, la opinión pública y los deseos del pueblo en su conjunto. (De la Corte, p.192)

Nada mejor que estos tres principios recién mencionados para ilustrar lo que sería, para los pueblos, adquirir una voz propia para ser libres.

Buena parte de la propuesta de la psicología social de la liberación pasa por la escucha y la adquisición de una voz. En primera instancia, se plantea el construir una disciplina a través de la cual se aprende a “escuchar” (diagnosticar, hacer una crítica, sensibilizarse) de modo realista la necesidad de los oprimidos, la de aquellos que hoy no tienen voz porque no se les ha permitido adquirirla. Esa escucha se traduce en acciones transformadoras a través de las cuales se pretende que aquellos en situaciones de opresión y alienación se re-conozcan en sus problemas, pero ante todo en sus posibilidades y alternativas para construir los recursos que requieren para ser libres. Se trata, en primer lugar, de dotarles de una voz en la que pueden reconocerse y con la que pueden plantear los términos de su propia e irrepetible libertad.

A modo de síntesis

Una vez vistas estas dos propuestas de liberación, ambas complementarias y reales, pueden sintetizarse estos principios:

Quien aprende a escuchar debe aprender a escucharse. Si se escucha bien, aprende a aceptarse, y comienza a ser más libre. Esa libertad se expresa de modo peculiar en su vida, adquiere una “voz propia” que da fe de su unicidad e irrepetibilidad.

Cuando se ha aprendido esto, se está en posibilidad de escuchar y aceptar a otros que lo necesitan (sean seres queridos, consultantes de terapia, grupos sociales en condiciones de opresión), se intima con su necesidad, pero además se reconocen sus facultades para superarla; facultades que luego podemos reflejarles para que se apropien de ellas. En el acto de escuchar con honestidad y solidaridad se crea un espacio donde los otros pueden poco a poco aprender a oír su propia voz, a reconocerse de modo distinto, un espacio donde se pueda arrojar luz hacia la senda de su propio y libre bienestar.

No se puede hablar de verdadera libertad interior cuando nuestro bienestar sigue basado en la miseria de otros. No se puede colaborar a que esos otros sean seres humanos completos y libres si nosotros no estamos emprendiendo ya esa tarea para nosotros mismos.

Escucharnos, escucharlos, generar espacios de confianza, construcción de alternativas y apertura, ayudar a que cada quien se vaya encontrando en su unidad y peculiaridad: este puede ser un recurso para contribuir a generar más voces, vida y fuerza en un mundo que parece empeñado en atarse cada vez más al silencio de la opresión.

Bibliografía consultada.

De la Corte Ibáñez, Luis (1998). Compromiso y Ciencia Social: el ejemplo de Ignacio Martín-Baró (Tesis de Doctorado, Universidad Autónoma de Madrid). descargado del sitio de la Universidad Central de El Salvador:

http://www.uca.edu.sv/facultad/chn/c1170/testo.html

Hesse, Hermann (2000). Siddharta. Mexico D.F: Edimat Libros.