miércoles, 23 de febrero de 2011

INFLUENZA METAFÍSICA - Cuento para los Falsos devotos

INFLUENZA METAFÍSICA

Todas las miradas fueron primero hacia el charco espeso de vino en el suelo. Después, siguieron una línea púrpura, señal de por dónde voló el resto; dieron después con manchas en un pantalón, en una camisa, finalmente con unos labios temblorosos chorreando tinto.

El estornudo obsceno del joven sonriente y de ojos desorbitados hizo enmudecer la recepción, dando pie en el acto a una serie de murmullos reprobatorios que hicieron llenar de ira y desconcierto al anfitrión.

Pero al de la sonrisa no le importa. Sabe algo que ellos no, nadie más puede ver lo que pasa. Con el vino había expulsado el último remanente de su ignorancia, y ahora Gautama niño se posaba sobre el loto que crecía en el medio exacto de sus pupilas dilatadas. En su mano izquierda, cinco pequeños Heidegger le revelaban la verdad sobre el ser y el tiempo, mientras Spinoza trazaba sobre su derecha el nombre algebraico de Dios. En su ombligo brillaba la luz de mil gurués rindiéndole tributo, mientras sus pies se hundían en la tierra para ramificarse y convertirlo, a él solamente, en el Árbol de la Vida para las edades por venir…

A la mañana siguiente, el espejo del baño le muestra los mocos secos en el rostro y las cortadas de vidrio en su pómulo izquierdo, dando fe de lo realmente sucedido en esa larga noche que ahora va recordando de manera borrosa y fragmentaria. Conforme da orden a los hechos, se dice que no debería volver a mezclar antigripales, licor, anfetas y marihuana la misma jornada en que tiene que superar un resfriado y asistir a la presentación de un libro, en especial el de su ahora exmejor amigo. Se lava la cara; en los vacíos que han quedado entre algunos sucesos está la memoria vívida y potente de una revelación mística de la que no quiere dudar. “Es imposible -se decía- que tanta sabiduría, tanto gozo, tanta plenitud y poder sean sólo la reacción de un cerebro ante unas pocas drogas y muchas lecturas disímiles. Pasó algo más, fui algo más…”. Sin embargo, este pensamiento va acompañado por una duda del todo razonable. Una fuerte angustia comienza abrirse paso en su alma, y junto con ella crece un escozor en la nariz que le hace estornudar con violencia.

Al incorporarse, siente nuevamente la convicción de la noche anterior. Dirige su vista al espejo y sonríe; ahora lo comprende todo.

Una mujer de seis brazos, rostro fiero y ojos llameantes lo ha abrazado desde atrás y susurra delicadamente en su oído: “Mi Señor, mi Iluminado…”.

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