He aquí las palabras del viejo demonio que me acosa desde mi infancia, sus palabras que han marcado mi vida, las creencias de las cuales no he logrado despojarme pese a mi mejor esfuerzo. Hoy las veo claras, hoy que se me ha dicho que una espada me cuelga sobre la cabeza, observando yo impávido cómplice como mis propios actos la ataron. Todo esto es tan parecido a los últimos meses en la iglesia, hace cuatro años (¿cuatro? ¡cuatro!). Tanto rechazo, tanto afecto. Tanta incredulidad, tanta decepción de mí, tanto asco de mí. Se parece tanto…
Son sus palabras:
“Yo no soy real a menos de que alguien esté decepcionado de mí. Todo lo que merezco es maltrato, rechazo, represión y reprensión. Libre soy inútil. Soy una molestia para todos. No merezco ni amor ni respeto. No hay futuro brillante para mí, lo echaré a perder todo. Si algo se arruina, soy el único responsable. Si algo bueno me pasa, no me lo merezco, porque soy un ser sucio, indigno y repugnante, una basura que no tenía por qué nacer. Vine al mundo porque alguien pensó que no había de otra; así es también la amabilidad de quienes me rodean. Todo sería mejor si yo dejara de existir”.
Me dicen que la exquisitez última será mi inexistencia. Sé que es mentira, sé que lo es, es mentira, pero estoy harto, harto, de que sea tan real…