lunes, 29 de enero de 2007

Miro un grabado de Durero

Vuelvo a la ciudad.

El viaje comenzó en la selva.

¿Estoy en casa?

En medio de estas jornadas en las que sigo preguntándome por la realidad y el destino, me pregunto si de verdad algunos seres nacemos para estar atados a la tristeza. Estudio psicología, conozco de sobra las doctrinas que nos hablan acerca de la decisión de cambiar para dejar atrás los complejos o los sufrimientos “irracionales”. En realidad, toda mi vida ha sido una búsqueda de dos cosas: la primera es la posibilidad de una trascendencia, algo que de verdad me diga que vale la pena vivir, y la otra saber qué es el dolor y qué hacer con él.

Pero ambas son un ciclo de nunca acabar. Aún más el del dolor, o el modo en que lo vivo, la recurrente tristeza. Desde mi adolescencia me adscribo a la idea que leí de Hans Küng de que el único modo digno y realmente humano de confrontar el dolor es convertirlo en coraje para seguir adelante. Si no hubiese sido por esa idea salvadora –ahora lo sé- el escritor de estas líneas ya estaría haciendo su parte silenciosa en el ciclo que sigue a la muerte. Pero con todo, eso no evita que persistir para aprender, aprender de sufrir, sufrir por persistir y persistir para luego volver a sufrir, es en verdad algo desgastante. Un día como hoy estoy desnudo ante mis fracasos y carencias, las malas decisiones, la sensación de que invertido muchas energía y tiempo en gente que no lo ameritaba, el ver de nuevo el amor convertirse en tedio y dejar atrás varios de mis proyectos porque de pronto se me figuran como completamente ajenos.

Y se supone que esto lo analizaré, hablaré con un amigo –¿me he quedado sin amigas cercanas otras vez?- escucharé uno de mis álbumes antidepresivos, leeré algo estimulante, pretenderé que tengo futuro como escritor pese a que no hago nada bueno desde hace rato, pensaré en cómo ser algo más de lo que soy ahora mientras dejo cada día atrás mis verdaderas posibilidades de ser. Y así, hasta la próxima en que la melancolía me recuerde su lugar en mi vida.