lunes, 19 de marzo de 2007

El alba seguía indecisa

para cuando llegó al refugio en ruinas. El sitio de tantas meditaciones y hallazgos se le hace ahora ajeno, los recuerdos de tiempos más luminosos ahí se muestran casi irreales.

Ve con claridad el sutil modo en que los pequeños placeres inocentes le fueron exiliando cada vez más de este sitio, tan amado y duramente construido. Sonrisas y amores frustrados, deseos tan perennes como insensatos, el embotamiento inútil de los sentidos...

“¿En nombre de esto te descuidé?”

Siente sobre sus hombros el peso de las noches perdidas. No hay arrepentimiento en su corazón, pero sí la intuición de que el vacío una vez casi vencido era hoy más fuerte y astuto que antes.

El techo agujereado, el suelo débil, varios pilares podridos desde adentro: el balance de lo que queda no es bueno. Pero remueve las tablas podridas de abajo y halla las cuatro rocas que sepultó para los cimientos. Intactas - como su intuición profunda de que lo que necesita para recuperarse sólo espera por estímulo y afecto.

Recita las palabras escritas en cada una de las rocas con el cincel antiguo que reposa en su carne. Entra al bosque, pero no ncecesita ir lejos: leña para el fuego, troncos nuevos para los pilares, las palmas para el techo, todo cerca de sus manos. Todo quedará seco y listo bajo un sol que al fin se le muestra aún más amable que en día antiguos.

Los precios por pagar están marcados por la inmanencia de la amistad. Pero él ya tuvo suficiente: sabe que a este sitio pertenece, sólo aquí puede ser libre. El resto del mundo que no se desvela por él podrá velar por sí mismo cuanto haga falta.

Poco después de recoger los materiales para reinventar su santuario, tratando de meditar bajo un árbol, se duerme en paz por primera vez en mucho tiempo.