viernes, 6 de febrero de 2009

Within the Realm of a Dying Sun

Cuánto pesan los días cuando no hay rumbos. Qué luminosos cuando en medio de la nada te imaginás que hay una luz que guía. Luego, cuando llegás a la que se supone era la fuente de la luz y te das cuenta de que esa luz era sólo un esbozo de tu propia esperanza que se iba tornando tiniebla aún más insondable ante tu paso – cada metro un error, cada pulgada un desencuentro, todo el camino una muerte inadmitida-, que en realidad no hay fuente porque la luz no existe, entonces todo es fatiga.

 

Hace aguas el bote que carga las lágrimas, el agua externa te libera del asco de dejar que tus ojos te torturen con  esa lepra salada e inútil que sólo aminora la jaqueca de una ira a la siguiente, porque ya no se sabe llorar de tristeza. Eso, el dolor, es la diferencia entre decir que tanto te vive mal y que ya no hay nada afuera, adentro, o bajo la piel de tus sueños.