domingo, 9 de noviembre de 2008

Sin lector-meta

Sentarse y dejar que fluyan las palabras, escribir por escribir, por el mero placer de intentar decirse y sentir que nada pasa aunque realidad es que nada más podría estar pasando y ser bueno que dejar que las letras se sucedan y entregarse con frenesí a la pelea inútil en la cual, sin defecto, el lenguaje al que te confías te traiciona y te besa. Cuando no se espera ni lector, ni público, escribir es un puro gozo personal, una masturbación de lo más hondo del alma. Lo cual, por supuesto, haría que un moralista me acuse de comparar a nuestra “esencia inmortal” con una cosa impura, mientras yo respondo que por el contrario es una vindicación de la pureza del acto masturbatorio. En fin…

En el autobús me entraron las ganas de escribir sin más, mientras me entregaba sin reserva a la grandeza de Cortázar y su Perseguidor torturado y hacho añicos por el maldito peso de la normalidad. Asquerosa normalidad, patética. La vida ordinaria es la peor de las muertes, porque en la muerte se vuelve a la Uno, te dejás de mierdas, complejos o convenciones sociales, ya toda la apariencia se jode porque en el momento de irte es cuando volvés y todo es real sin condiciones. En cambio la cotidianidad… Se me hace toda falsa, toda negación. Ganarse la vida es dejar de vivir, que en verdad me suena bastante peor que morirme.

Pero eso tiene una excepción patente, y ello es en los instantes en que en medio de la cotidianidad se cuelan el amor o el asombro, que el fondo creo son casi lo mismo –acaso no dejamos de amar en verdad algo justo cuando lo damos por sentado? Es tan simple…-. Es ahí donde entra el perseguidor en el bus o las guitarras de mi hermano o la voz de mis padre que me llama para decirme que sin importar si me vio ayer tras de quince días hoy que no me va a ver le hago falta, y por un instante me asusto un tantito por esa putada que es temer la posibilidad de que ese sea su último retazo de voz en mi memoria. Pero luego me calmo, me digo que es por eso que no se puede amar totalmente, sencillamente si no das por sentadas ciertas cosas no se puede volver a vivir con el mínimo de paz nunca.

Mejor me digo que ya estoy muerto y me ahorro los sustos, soy solo un anciano que repasa todo con tremenda lucidez antes de expirar, recordando que escribí esto alguna vez, con la ventaja y el asombro que los recuerdos le dan a tantas cosas que no supimos disfrutar cuando estuve viviéndolas. Y me digo que estuvo bien, sí, pese a todo estuvo bien…