miércoles, 23 de febrero de 2011

INFLUENZA METAFÍSICA - Cuento para los Falsos devotos

INFLUENZA METAFÍSICA

Todas las miradas fueron primero hacia el charco espeso de vino en el suelo. Después, siguieron una línea púrpura, señal de por dónde voló el resto; dieron después con manchas en un pantalón, en una camisa, finalmente con unos labios temblorosos chorreando tinto.

El estornudo obsceno del joven sonriente y de ojos desorbitados hizo enmudecer la recepción, dando pie en el acto a una serie de murmullos reprobatorios que hicieron llenar de ira y desconcierto al anfitrión.

Pero al de la sonrisa no le importa. Sabe algo que ellos no, nadie más puede ver lo que pasa. Con el vino había expulsado el último remanente de su ignorancia, y ahora Gautama niño se posaba sobre el loto que crecía en el medio exacto de sus pupilas dilatadas. En su mano izquierda, cinco pequeños Heidegger le revelaban la verdad sobre el ser y el tiempo, mientras Spinoza trazaba sobre su derecha el nombre algebraico de Dios. En su ombligo brillaba la luz de mil gurués rindiéndole tributo, mientras sus pies se hundían en la tierra para ramificarse y convertirlo, a él solamente, en el Árbol de la Vida para las edades por venir…

A la mañana siguiente, el espejo del baño le muestra los mocos secos en el rostro y las cortadas de vidrio en su pómulo izquierdo, dando fe de lo realmente sucedido en esa larga noche que ahora va recordando de manera borrosa y fragmentaria. Conforme da orden a los hechos, se dice que no debería volver a mezclar antigripales, licor, anfetas y marihuana la misma jornada en que tiene que superar un resfriado y asistir a la presentación de un libro, en especial el de su ahora exmejor amigo. Se lava la cara; en los vacíos que han quedado entre algunos sucesos está la memoria vívida y potente de una revelación mística de la que no quiere dudar. “Es imposible -se decía- que tanta sabiduría, tanto gozo, tanta plenitud y poder sean sólo la reacción de un cerebro ante unas pocas drogas y muchas lecturas disímiles. Pasó algo más, fui algo más…”. Sin embargo, este pensamiento va acompañado por una duda del todo razonable. Una fuerte angustia comienza abrirse paso en su alma, y junto con ella crece un escozor en la nariz que le hace estornudar con violencia.

Al incorporarse, siente nuevamente la convicción de la noche anterior. Dirige su vista al espejo y sonríe; ahora lo comprende todo.

Una mujer de seis brazos, rostro fiero y ojos llameantes lo ha abrazado desde atrás y susurra delicadamente en su oído: “Mi Señor, mi Iluminado…”.

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viernes, 22 de enero de 2010

Acerca de las elecciones en Costa Rica


Yo iba a dedicar un post a mis impresiones acerca de esta campaña política y las siguientes elecciones... Pero, al revisar Templo Kaori, hete acá que Pablito subió un post con el que comparto todo,pero casi todo el razonamiento, excepto por un detalle. Como decimos en buen tico, "me robó el mandado".

Les invito a leerlo:

http://templo-kaori.blogspot.com/2010/01/elecciones-sin-opciones.html

Ahora sí, mi desacuerdo está en la conclusión:

No creo que votar en blanco sea la opción, bien que mal. Digo, no votar, anular el voto, dejarlo en blanco, a la larga es favorecer al candidato que no querés que gane. El abstencionismo fue lo que llevó a Jerk W. Bush a la presidencia en 2000, además del fraude en Florida.
Yo sé que voy a quebrar el voto, es decir, voto por diputados y regidores en los que crea. Pero para las presidenciales estoy frito: no confío en nadie...

En fin, mucha tela que cortar, y mi amigo me ha dejado sin post. Sólo espero que el pueblo no se falle a sí mismo, pero tras de Arias y el TLC lo dudo tanto...

Heart and soul, one will burn: Joy Division, Ian Curtis como juego de espejos, y otras divagaciones


Ian Curtis

Mi mente funciona a menudo como una red espiral: todo conecta con todo y se amplía en un patrón que tiene tanto de caótico como de regular, partiendo de un eje móvil que aún no lo logro determinar (sí, porque también gira). El modo en que me acordé de Joy Division, cómo llegó a convertirse en una de mis bandas favoritas el año pasado, es algo que me lo probó.

En el 2009, sin intención aparente en ningún momento, mi paleta de gustos musicales se amplió exponencialmente. Bastó con notar, como ayer, que mi colección de música digital (no se me juzgue, los discos cuestan una pequeña fortuna en este país), de por sí grande al terminar 2008, prácticamente se había triplicado. Ayer, al poner en mi computadora la música a reproducir aleatoriamente (random) mientras limpiaba la casa, me afeitaba, me preparaba del desayuno, cantando gracias a la ausencia de público, comenzó a sonar una canción que me impactó como si fuera la primerísima vez, pero aún con más fuerza. Era “Love will tear us apart” de Joy Division.

Letra simple pero profunda a la vez -casi un poema oriental-, la melodía dramática sin perder su “convicción rock”, la voz siempre desgarrada de Ian Curtis, y la sensación de pérdida inconsolable ante lo que parecía ser un gran amor. ¿Cómo resistirse? Si bien mi propio estado actual es bien distinto, eso no implicó que no fuera fácil recordar por qué la canción me impactó como lo hizo al descubrirla. Las veces en que me había sentido yo así, todas las veces en que he visto a seres queridos con el corazón roto, todas las ocasiones en la vida real o el arte en que he presenciado como la rutina vence a lo que parecía un amor invencible. Y pensé en Ian Curtis, escribiendo esta canción devastadora, atravesando él mismo esta situación, a escasas seis semanas antes de quitarse la vida.

Recuerdo que llegué a Joy Division tomando como punto de partida a una de mis bandas fundamentales, la fundamental durante más de una década: Depeche Mode. Cuando se supo, en junio del año pasado, que darían un concierto en Costa Rica en octubre -bienaventurado ese día por el resto de vida, amén- me renació el entusiasmo por el synthpop; en ese momento estaba en una extraña exploración en la que combinaba el jazz, el barroco y el death metal, pero la interrumpí.

Dicho entusiasmo lleva como un primer paso hacia New Order, la gran rival de los Mode durante casi 15 años, a quienes aprendí a apreciar en el proceso. Buenos, que lo son sin duda, no llegaron a trastornarme. Sin embargo, al revisar en una biografía de la banda, decía claramente de ellos: [...]“formada por los miembros sobrevivientes de Joy Division tras el suicidio de su vocalista, Ian Curtis...” Supe de inmediato que tras de semejante cosa había una historia, y una nada despreciable además. Por otra parte, el nombre de esta primera y oscura banda no me resultaba del todo desconocido.

Y tenía razón: en medio de una vieja colección de mp3, a la que genéricamente había etiquetado de “gótica”, estaba un compilado de ellos, el Permanent, que me había pasado desapercibido un par de años atrás. Lo pongo a sonar, y ahí estaba, “Love will tear us apart...” Quedé deslumbrado. El resto del álbum no hizo más que atraparme más. Como con toda la música que de verdad me marca, vino la pregunta: “¿Dónde ha estado esto toda mi vida?”

Así, mientras conseguía su discografía completa -cosa no tan difícil, la banda duró apenas dos años (de mediados de 1978 a mediados de 1980) y su catálogo completo de canciones no son más de cincuenta- me hacía cada vez más preguntas. Me sorprendía el virtuosismo nada pretencioso de sus músicos, todos tan buenos, en especial Peter Hook (qué bajista, por todos los dioses, las líneas de bajo de ese tipo son casi siempre un monumento, el bajo de “Something Must Break Now” es un delirio, a eso le llamo yo un driving force musical) lo innovadores que fueron en su momento (son una influencia fundamental para U2, The Cure, Nine Inch Nails, Radiohead, entre otros), su afán de experimentación (“Dead Souls” tarda dos minutos y once segundos de introducción instrumental, tensa como cuerda de arco, antes de que el vocalista entre; me gustaría ver qué artista pop haría eso aún ahora), pero ante todo, por sus letras, casi todas a medio camino entre la confesión y el enigma. Eran los testimonios de un alma desgarrada, un corazón noble que sentía que el mundo le escupía en la cara todo el tiempo, un ser que tras de una melancolía en apariencia infinita lo que buscaba era liberarse de la alienación y el desencuentro en la sentía condenado a todo el mundo. Eran la voz íntima de un hombre que podría haber sido mi amigo.

No sentía eso desde que descubrí, a los quince años, las letras de Martin Lee Gore, el verdadero genio poético detrás de Depeche Mode. Pero había una diferencia fundamental: Martin (tal como yo ahora) que sabe de desencuentros, pérdidas, dolor, alienación, incomunicación, el vacío angustiante y el sinsentido de la vida contemporánea, con todo, cree en la posibilidad de encuentro entre los seres humanos. En última instancia, cree en el amor, en el arte, en la estética no siempre comprensible de los afectos. Pero Ian Curtis no. Ian, el poeta y lector voraz, el hombre que estaba a un paso de tener al mundo en sus manos, no se dio la oportunidad de vivir lo suficiente, de ver si este aislamiento de las almas humanas que lo destruía era realmente irremediable. Mi pregunta era obvia: ¿por qué?

No narraré acá los detalles de su historia. Por suerte, desde 2007 hay dos excelentes películas que le ayudarán a cualquiera: “Control”, de Anton Corbijn, dotada de una sobriedad devastadora para tratar a la figura de Ian, y el documental “Joy Division”. Si no, los artículos en inglés de la Wikipedia acerca de Curtis o la banda en son muy buenos punto de partida. Baste lo básico: un adolescente que se enamora, se casa, comienza una vida común en una ciudad gris y asfixiante como el Manchester de los 70's, sin futuro aparente más allá de su oficina de burócrata, consolándose con la lealtad de su esposa Debbie (quien eventualmente le dará una hija), los libros que llenaban sus noches, y los poemas que no mostraba a nadie. Ese joven va al concierto de los Sex Pistols en el Trade Center de Manchester -uno de los acontecimientos más importantes de la cultura musical británica del siglo XX-, y tras de él, junto a tres viejos conocidos, se decide a formar una banda. Una banda que, por esa magia que le toca a tan pocos, es excelente desde el principio, a la que se le abren todas las puertas casi sin pedirlo. Su primera serie de presentaciones en Londres lo conduce a los dos hechos que eventualmente provocarían su muerte: el primero de sus ataques epilépticos, y el principio de su romance con la belga Annik Honoré.

Desde entonces, su vida es una espiral en descenso. Los medicamentos para la epilepsia le quitan la capacidad para escribir, o de concentrarse para los conciertos. Decide, por lo tanto, arriesgarse en manos de la enfermedad antes de renunciar a su arte, que es lo único que realmente lo sostiene. Pero es incapaz de decidir entre sus dos amores, uno estable y apuntando hacia una vida de paz un tanto conformista, paciente fuera de lo que muchas mujeres hubieran soportado, el otro volátil pero amplio como el mundo que se le abría a él junto a su banda. Presionado por las responsabilidades del grupo, la tensión emocional, la paternidad que no logra terminar de asumir, y la total incomprensión de los otros miembros de la banda, demasiado exaltados por el éxito como para ver que su frontman se les moría por dentro. Eso, hasta que surge la oportunidad de sus vidas, una gira en los Estados Unidos, desde Nueva York hasta San Francisco. Un poco de suerte, y para 1981 serían superestrellas. Pero él decidió de otra manera. Tras de un último pero patético intento de reconciliarse con su esposa, la noche 18 de mayo de 1980, recién cumplidos los 23 años, se cuelga en su apartamento. Faltaban seis horas para que saliera el vuelo que lo conducía a su consagración.

Debbie y Annik (quien fue la única que realmente vio venir el suicidio) quedan destrozadas. Los otros miembros de la banda hacen su duelo, cambian de nombre, consiguen una buena guitarrista, se convierten en estrellas. Muchos convierten a Ian en leyenda, en ícono del artista maldito (llena el perfil con tanta facilidad...). Y yo, que al otro lado del Atlántico y veintiocho años después descubro esta historia atravesada por todos los elementos de la tragedia, sólo me pregunto por el hombre, el chico casi, a quien nadie supo escuchar cuando más lo necesitó, rodeado pero siempre solo, el poeta que no fue. ¿Qué era eso que quería decir al final? ¿Cuál fue la palabra o el gesto que nadie supo darle? ¿Es que acaso de verdad hay seres cuya llama es tan intensa que no pueden brillar por mucho? Al descubrir su historia, yo ya había vivido tres años más de lo que él se permitió, e ignoraba que mi propia vida estaría en riesgo un par de meses luego, por algo que ya crecía en silencio dentro de mí. Pero él ya había hecho algo, mientras yo sigo buscando mi verdadero lugar en el mundo...

Recordaba todo esto ayer, dejándome claro que lo oídos son sólo mi puente para escuchar con todo el cuerpo y toda la sensibilidad. Veía en Ian no a un héroe, pero sí a un hombre, un testimonio de la condición humana, y varias advertencias. Y, por un momento, mientras escuchaba su banda en el autobús, pensé en una novela que quizá no escriba, una en la que Ian no muere, no en ese momento, una en la que sí va a los EUA, los Joy Division se empapan de la escena punk de Nueva York, la nutren, atraviesan agridulcemente un país donde mucha gente no es capaz de entender su música, llegan a Los Ángeles, se consagran a pesar del auge del hardcore en esa ciudad. Sucede lo inevitable, se divorcia de Debbie pero no logra olvidarla, su relación con Annik tampoco funciona, ella es demasiado europea y a él le ha gustado por el momento el american way, la banda se convierte en algo enorme, hasta el punto de que unos jóvenes U2 tienen que pedirle ayuda para no pasar desapercibidos. Ian se cansa de la banda antes de 1990, los deja para dedicarse a la poesía, New Order jamás llega a existir, Depeche Mode compite contra otra banda en el Reino Unido, Martin Gore conoce a Ian cuando finalmente logran también cruzar el mar, y tras de una breve amistad se vuelven enemigos perpetuos. Trent Reznor peregrina a casa de Curtis en busca de inspiración y consejo en una travesía que, aparte de ellos, sólo yo, el narrador, el reportero de música que Alonso Ramírez no podrá ser, llego a conocer en la entrevista exclusiva en la que Ian me ha contado todo esto sin miramientos, afirmando al final de la misma (sin drama ni tristeza) que más le habría valido morir esa noche de 1980 antes del vuelo.

Así, pues, me bajé del bus viendo de nuevo como todo conecta con todo, irremediablemente, exquisitamente, pero cómo hacerle demasiada cabeza al punto es un portillo abierto a la divagación o a la locura. Me bajé del bus, regresando a esa vida que llaman real, con un poco de hambre y ya sin ganas de escuchar música.


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(Acá, claro, dejo muestras de la música de la banda. Faltaba más...)


Love will tear us apart


Transmission and She’s lost control en vivo en la BBC.


Dead Souls
(nota: Joy Division jamás apoyó la nazismo, al que yo mismo repudio. Pido disculpas por la esvástica que algún idiota atravesó en el video.)

martes, 19 de enero de 2010

De cómo recordé que toda mística es un asunto de amor.

Uno se sabe una colección de paradojas caminando sobre dos piernas. De entre mis múltiples y esenciales contradicciones, la que tiene que ver con el fenómeno religioso es una de las más importantes. Crítico feroz de todas las religiones organizadas, enemigo de todos los fundamentalismos, adversario de ideológico de todo conservadurismo basado en juicios no racionales, soy sin embargo una apasionado estudioso de las religiones. Ferviente admirador de sus aportes a las artes, a la búsqueda de respuestas últimas para el ser humano -la religión en principio no es la búsqueda de Dios o Lo Trascendente, somos nosotros buscándonos, negándonos, diciéndonos que podemos ser otra cosa más allá de una mezquina masa de absurdos, una constante negociación ante la muerte- y de los misticismos que, armónicos y puros, han sabido encontrar hogar a través de pocos y pocas en medio de los discursos e intereses de tantos.

Agnóstico, vitalista, existencialista, anticlerical, centroizquierdista, desencantado, racionalista, irreverente ante casi toda forma de statu quo; católico de distintas especies, protestante, evangélico conservador o pentecostal, budista y ateo: he sido todo esto en algún momento, pero no soy nada de esto. Ninguna de estas máscaras pudo terminar de captarme.

La modernidad es mi madre, pero nunca ha sabido defenderme; no me interesa ser adoptado por la posmodernidad. No tengo padre ideológico: ningún mesías, filósofo o profeta supo por su cuenta enseñarme a ser hombre. Ante los límites del absurdo y la muerte, que ya me ha tocado bordear, oler, padecer en la carne y en los miedos, asfixiado por distintos tipos de miseria, sólo supe hallar verdad en la vida misma y refugio en esa fuerza que, ante la incapacidad de toda lengua para poder abarcarla o definirla, hemos decidido llamar Amor.

He concluido que toda religión es hija de místicas degradadas por el temor. La verdad de la Unidad última de todas las cosas, y del Amor como camino para acercarse a ella, es tan simple que para muchos se vuelve incomprensible. Es tan liberador saber que basta con dejarse estar, querer de verdad unirse con lo que nos rodea, dejar de juzgar basados en nuestros miedos, que mucha gente no sabe qué hacer con eso. Está tan a la mano decidir por la alegría. Eso dicen las místicas de todas partes del mundo, es es lo que muchos temen, porque amor, libertad, simplicidad y gozo son cosas que dejan sin validez al dominio, al control, y a los absolutos en los que se basa la injusticia cotidiana.

Pero están ahí. Son caminos posibles; muchos los han recorrido, dentro y fuera de las religiones. Critico creencias porque sé de lo bueno que son capaces a través del amor, pero también del daño que hacen cuando la gente pierde el enfoque, cuando cree sólo por creer. Respeto porque me debo a los seres de luz que me han guiado desde ellas, y con los que me sigo encontrando a menudo. Estudio porque sé que todas tienen siempre algo bueno para decirme, aunque no siempre estemos de acuerdo, tal como sucede con los viejos amigos.

Sea en un canto sufí, en un oratorio barroco, en los mantras del Hare Krishna o del Om Mani Padme Hum, en las danzas de los maoríes, en un cuadro de la crucifixión o la arquitectura de las mezquitas; sea en la Biblia, el Corán, el Tao Te King, el Sutra del Loto o el Bhagavad-Gita, allí, más allá de las palabras o las contradicciones, están el amor y la verdad de la vida, nuestro esfuerzo de hacer el encuentro íntimo con la realidad y entre los seres humanos algo siempre actual, posible.

Esa es mi única fe: podemos encontrarnos, podemos amar, podemos vivir conscientemente y con honestidad, se le puede a decir a la muerte que nada puede quitarle a quien ya lo dio todo, porque el tiempo es eterno, porque en El Más Grande Corazón nada desaparece y nada se olvida. Aquí y ahora están presentes todas las cosas que buscamos, si nos dedicamos sólo a encontrar.

He recordado esto al mirar los distantes ojos cafés, tan omnipresentes, de una mujer que eventualmente leerá estas líneas, mujer que contiene dentro de sí, ahora mismo, toda respuesta posible y conexiones con toda la historia del mundo. Esa misma que me ha recordado que lo mejor de mí siempre tuvo razón. Unos ojos a través de los cuales, quizá, veré algún día por fin el rostro de Dios.

martes, 28 de abril de 2009

R. Opina: El terror nuestro de cada día. Parte 1: La Crisis Económica


 

 

De cómo los hechos son tratados como mitos,

y los mitos nos aplastan mediante el miedo.

 

Sigmund Freud tuvo varias intuiciones geniales, no importa que tan en desacuerdo estemos o no con él. Me valdré de dos para hablarles del tema. La primera es esta: lo que consideramos siniestro es, ante todo, algo familiar, cotidiano, que de pronto se nos vuelve extraño. La segunda es esta: Son tres las fuentes de la angustia en nuestras vidas, la naturaleza, los demás, y nuestro propio cuerpo.

 

Pues bien, siniestro y angustiante son dos características que asociamos a un sentimiento universal: el miedo. Y ese, creo yo, es el sentir que se  nos está inoculando a niveles violentísimos en este momento como cosa cotidiana, normal, cuando en realidad es una violación continua a uno de nuestros derechos más importantes después del de estar vivos, que es justamente el de vivir con dignidad.

 

Lo que hoy pondré sobre el tapete para ilustrar el punto será la crisis económica (llamada en algunos medio masivos ya como “La Gran Recesión”). Aclaro que no quiero minimizar ni jugar a que ésta no es grave en términos reales, porque lo es. Lo que quiero es que nos detengamos en cómo esta realidad está siendo usada sin escrúpulo en nuestra contra por grupos de poder con intereses muy específicos a través de los medios de comunicación, nuestras redes sociales, y si vale decirlo, nosotros mismos.

 

La crisis del capitalismo que estamos atravesando se levanta como una sombra de horror sobre el futuro de millones, y eso es real. Empleo, educación universitaria, un futuro digno – esas cosas que desde siempre son privilegio de pocos, en el siglo XXI lo serán de aún menos. Gracias hay que darle a la infinita ambición y despilfarro de las grandes corporaciones transnacionales o las industrias de entretenimiento, a la especulación de entidades financieras que hicieron fiesta con dinero que nunca fue suyo y que, mejor aún, nunca existió, sumados a la nada ejemplar estupidez de las administraciones Bush Jr. (God blesses what America?). Se sabe que este sistema económico es frágil, que tiene crisis periódicas, que el modo en que se estaba dando el “crecimiento” desde mediados de los noventas no era sostenible. Pero nadie de los que de verdad podía hacer algo escuchó. Así, cerraremos la primera década de esta centuria muy a la altura de como terminó el siglo veinte: los ricos concentrando aún más riqueza a niveles cuya obscenidad era inimaginable hace treinta años, la proporción de gente en la miseria –incluso en el mundo desarrollado- más alta que nunca, y la amenaza de un colapso ambiental planetario siempre como telón de fondo. Una situación donde si uno cae todos lo hacen con él, el éxito total del modelo de globalización desigual que, hace menos de diez años, era pintado como el redentor final de nuestra especie peregrina  por los mismos medios de comunicación que hoy no publican nota sin usar la palabra “crisis” varias veces.

 

La Crisis. Está en todas partes. Ataca a toda la gente con todos los métodos posibles. No tiene rostro visible, ni responsables directos. Se manifiesta como una presencia siniestra en tu lugar de trabajo, en el supermercado, en los noticiarios, en las conversaciones con tus amigos. Si no te avispás, si no te adaptás bien a las cosas tal y como son, te va a destrozar a vos también en cualquier momento, y aún así no tenés garatía. Así es como nos la inyectan a diario, así es como los grupos en el poder (sí, esos fulanos en Costa Rica o algún otro país que aún son ricos y seguirán siéndolo) quieren que la pensemos.

 

¿No les parece “sospechosamente” semejante el manejo que hacen los medios de la crisis hoy al que hicieron del terrorismo hace unos seis o cinco años? Repasemos: el terrorismo era una amenaza inminente que estaba en todas partes, lista para atacar, ejercida por resentidos sociales –preferentemente practicantes de alguna forma extremista del Islam- listos para acabar con un Occidente “inocente y progresista” que no entendía por qué le atacaban con tal saña (¡lo que es la amnesia histórica!). Tenía un rostro satánico y visible: el cada vez desaparecido, y en apariencia perezoso, Osama Bin Laden (“¿Quién?”dirían muchos). Pero él tenía vicarios en todo el mundo, usualmente esos desagradables tipos morenos, de nariz grande, barba, acento extraño y poco amor por el cristianismo y el capitalismo, que podrían estar infiltrados en cualquier parte de lo mundo. [Ahora que lo pienso, este servidor estuvo sólo a una barba de cumplir a cabalidad con este perfil].

 

Así, pues, a principios de década el mito del Demonio, el Mal personificado, mutaba para tomar forma Islámica, tercermundista y anticapitalista. Pero, la imbécil administración que contaminó a la política internacional y a la consciencia colectiva con su respuesta desproporcionada de  tinte religioso ante una amenaza provocada por el mismo capitalismo supo  desacreditarse con relativa rapidez, y vemos de pronto que ningún titular habla de terrorismo. ¿Los alcanzó a ellos la crisis también? ¿Se ha quedado el Mal sin financiamiento? ¿Ha tenido que hacer Al-Qaeda recortes de personal?  No lo creo. La lógica es que la violencia aumente con la desigualdad en las sociedades, como en efecto lo está haciendo. Pero a nivel global, sencillamente hay como una parálisis en la acción de este Demonio. Nadie ha declarado el fin de la guerra al terrorismo; ya volveremos a oír de ella. Pero lo que creo, simplemente, es que el Mal, el rostro del Terror, ha cambiado de nuevo a una forma cuya eficacia no tiene precedentes.

 

Ahí es donde entra la crisis. No la real, cruel e inhumana que está dejando a muchos sin futuro, que destroza sueños a diario, la que apenas deja a millones comer y hace que cientos se unan a diario a la lista del hambre. No. Hablo de la que está en los medios masivos y en las conversaciones de calle, la que esgrimen  hoy los poderosos para justificar sus crímenes, esa otra que es el nuevo nombre del Mal.

 

Líneas arriba la he descrito. Aparece como motivo cada día para despidos, recortes de personal, aumentos de precios, restricción en los préstamos, llamados al ahorro, o para que la grandes corporaciones efectúen su pantomima de ecologismo hipócrita. Nuevas alianzas entre los estados y las grandes corporaciones. Todas medidas razonables que, sin embargo, están siendo usadas desmedidamente por muchos sectores  para justificar abusos nada razonables. ¿Quién cuestiona a las transnacionales que despide empleados tras gastar en viajes de lujo o aviones privados hace  un par de años? ¿Ganan de verdad menos los ejecutivos? ¿Quiénes son esos que aún van a los hoteles en Dubai? ¿O los que se están ahorrando miles de millones al despedir gente con una “buena excusa” y malas garantías mientras fusionan sus empresas? Acá en Costa Rica, el gobierno dice que para protegernos de la crisis debe reducir el presupuesto para las universidades públicas,  y seguir adelante con las privatizaciones, venderle más playas a los extranjeros, asfixiar más el bolsillo de los pobres. ¿Qué clase de protección es esa?

 

Les hablaba al principio de lo siniestro, de cuando lo familiar se vuelve ajeno. Pregunto, ¿es o no siniestro ver cómo aquello con lo que comías un mes no alcanza ya para quince días? ¿Trabajar ya no para ser alguien o hacerte un futuro, si no para sobrevivirle a un mezquino presente en el que mil cosas del entorno se empeñan en hacerte sentir que no sos nadie? ¿Ser un padre o una madre que no sabe qué podrá o no darles a sus hijos pese a su duro trabajo? Es siniestro, eso digo, y perverso. En este sistema que se nos desmorona ante los ojos, decían hace un par de años que la codicia no era ningún crimen; era el pecado favorito de los corredores de bolsa. Sin embargo, he aquí que en la situación actual, lo que sí es casi pecaminoso es no ser privilegiado y aún así atreverse a soñar. “Soporta y abstente” dirían  los altos ejecutivos y los políticos con sonrisa benévola y un garrote, si tan sólo supieran de filosofía.

 

En términos prácticos se nos dicen que este duro período habrá terminado dentro de más o menos un año. Es un poco difícil de creer cuando quienes los dicen (banqueros, financista, el “emperador” FMI) fueron los mismos que cerraron la boca cuando vieron venir la crisis, y que tras la invasión de Iraq auguraban  una década de crecimiento continuo en la economía. Pero digamos que esta vez dicen la verdad porque también están hartos, porque quieren salvar su cuello de paso. Las consecuencias seguirán por mucho tiempo. Y una de ellas será este legado de dejarnos un arquetipo poderoso, el de la economía como nuevo Demonio.

 

El Satán de la Edad Media es el modelo del que parten estas formas de Mal, que comparten con el Dios déspota de esos tiempos las cualidades de ser omnipresente e incontenible. Ahora, tras cientos de años de refinamiento técnico e ideológico, los hechos de la Recesión son esgrimidos como una especie de fuerza sobrehumana, como algo que hay que soportar cual castigo divino sin cuestionar a los humanos que son sus únicos causantes verdaderos. Como algo contra lo que no se puede luchar ni reclamar. Baste ver  un solo noticiario, abrir un solo periódico, escuchar una sola conversación en un bus, y no necesitaré demostrarles mi punto.

 

La sensación de impotencia que esto conlleva –esa que puede que usted, lector o lectora, sienta, esa que me llevó a escribir estas líneas- es un arma poderosa para los intereses de aquellos que sí pueden hacer algo y lo harán, pero no por nosotros. Y esa es, creo, la primera cosa que hay que combatir en nosotros mismos para llevar a cabo aunque sea una rebelión interna y cotidiana, una resistencia en nuestra mente y actitud. El panorama es oscuro, pero sé que tiene salida; parece que la corriente de la miseria quiere privarme de mis sueños, pero no renunciaré a ellos; hay gente responsable de este terror que le arrebata la sonrisa a los que me rodean, y no dudaré en denunciarlos u oponerme a sus mentiras, sea en las calles o en las conversaciones de sobremesa.

 

Ellos esgrimen una desesperanza a la que quiero oponer mi dignidad e inteligencia, aunque sea una batalla perdida ante los ojos de quienes creen que ser humano es prosperar, lograr, enriquecerse o bañarse en el prestigio dado por tus cordiales enemigos. No. La invitación que le hago, lector o lectora, es a que afrontemos los hechos con esa dignidad y esperanza de la cual los mitos de los poderosos quieren privarnos. Si no lo hacemos… ¿habrá modo de vernos humanamente en el espejo dentro de unos años?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

viernes, 6 de febrero de 2009

Within the Realm of a Dying Sun

Cuánto pesan los días cuando no hay rumbos. Qué luminosos cuando en medio de la nada te imaginás que hay una luz que guía. Luego, cuando llegás a la que se supone era la fuente de la luz y te das cuenta de que esa luz era sólo un esbozo de tu propia esperanza que se iba tornando tiniebla aún más insondable ante tu paso – cada metro un error, cada pulgada un desencuentro, todo el camino una muerte inadmitida-, que en realidad no hay fuente porque la luz no existe, entonces todo es fatiga.

 

Hace aguas el bote que carga las lágrimas, el agua externa te libera del asco de dejar que tus ojos te torturen con  esa lepra salada e inútil que sólo aminora la jaqueca de una ira a la siguiente, porque ya no se sabe llorar de tristeza. Eso, el dolor, es la diferencia entre decir que tanto te vive mal y que ya no hay nada afuera, adentro, o bajo la piel de tus sueños.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Sin lector-meta

Sentarse y dejar que fluyan las palabras, escribir por escribir, por el mero placer de intentar decirse y sentir que nada pasa aunque realidad es que nada más podría estar pasando y ser bueno que dejar que las letras se sucedan y entregarse con frenesí a la pelea inútil en la cual, sin defecto, el lenguaje al que te confías te traiciona y te besa. Cuando no se espera ni lector, ni público, escribir es un puro gozo personal, una masturbación de lo más hondo del alma. Lo cual, por supuesto, haría que un moralista me acuse de comparar a nuestra “esencia inmortal” con una cosa impura, mientras yo respondo que por el contrario es una vindicación de la pureza del acto masturbatorio. En fin…

En el autobús me entraron las ganas de escribir sin más, mientras me entregaba sin reserva a la grandeza de Cortázar y su Perseguidor torturado y hacho añicos por el maldito peso de la normalidad. Asquerosa normalidad, patética. La vida ordinaria es la peor de las muertes, porque en la muerte se vuelve a la Uno, te dejás de mierdas, complejos o convenciones sociales, ya toda la apariencia se jode porque en el momento de irte es cuando volvés y todo es real sin condiciones. En cambio la cotidianidad… Se me hace toda falsa, toda negación. Ganarse la vida es dejar de vivir, que en verdad me suena bastante peor que morirme.

Pero eso tiene una excepción patente, y ello es en los instantes en que en medio de la cotidianidad se cuelan el amor o el asombro, que el fondo creo son casi lo mismo –acaso no dejamos de amar en verdad algo justo cuando lo damos por sentado? Es tan simple…-. Es ahí donde entra el perseguidor en el bus o las guitarras de mi hermano o la voz de mis padre que me llama para decirme que sin importar si me vio ayer tras de quince días hoy que no me va a ver le hago falta, y por un instante me asusto un tantito por esa putada que es temer la posibilidad de que ese sea su último retazo de voz en mi memoria. Pero luego me calmo, me digo que es por eso que no se puede amar totalmente, sencillamente si no das por sentadas ciertas cosas no se puede volver a vivir con el mínimo de paz nunca.

Mejor me digo que ya estoy muerto y me ahorro los sustos, soy solo un anciano que repasa todo con tremenda lucidez antes de expirar, recordando que escribí esto alguna vez, con la ventaja y el asombro que los recuerdos le dan a tantas cosas que no supimos disfrutar cuando estuve viviéndolas. Y me digo que estuvo bien, sí, pese a todo estuvo bien…