martes, 19 de enero de 2010

De cómo recordé que toda mística es un asunto de amor.

Uno se sabe una colección de paradojas caminando sobre dos piernas. De entre mis múltiples y esenciales contradicciones, la que tiene que ver con el fenómeno religioso es una de las más importantes. Crítico feroz de todas las religiones organizadas, enemigo de todos los fundamentalismos, adversario de ideológico de todo conservadurismo basado en juicios no racionales, soy sin embargo una apasionado estudioso de las religiones. Ferviente admirador de sus aportes a las artes, a la búsqueda de respuestas últimas para el ser humano -la religión en principio no es la búsqueda de Dios o Lo Trascendente, somos nosotros buscándonos, negándonos, diciéndonos que podemos ser otra cosa más allá de una mezquina masa de absurdos, una constante negociación ante la muerte- y de los misticismos que, armónicos y puros, han sabido encontrar hogar a través de pocos y pocas en medio de los discursos e intereses de tantos.

Agnóstico, vitalista, existencialista, anticlerical, centroizquierdista, desencantado, racionalista, irreverente ante casi toda forma de statu quo; católico de distintas especies, protestante, evangélico conservador o pentecostal, budista y ateo: he sido todo esto en algún momento, pero no soy nada de esto. Ninguna de estas máscaras pudo terminar de captarme.

La modernidad es mi madre, pero nunca ha sabido defenderme; no me interesa ser adoptado por la posmodernidad. No tengo padre ideológico: ningún mesías, filósofo o profeta supo por su cuenta enseñarme a ser hombre. Ante los límites del absurdo y la muerte, que ya me ha tocado bordear, oler, padecer en la carne y en los miedos, asfixiado por distintos tipos de miseria, sólo supe hallar verdad en la vida misma y refugio en esa fuerza que, ante la incapacidad de toda lengua para poder abarcarla o definirla, hemos decidido llamar Amor.

He concluido que toda religión es hija de místicas degradadas por el temor. La verdad de la Unidad última de todas las cosas, y del Amor como camino para acercarse a ella, es tan simple que para muchos se vuelve incomprensible. Es tan liberador saber que basta con dejarse estar, querer de verdad unirse con lo que nos rodea, dejar de juzgar basados en nuestros miedos, que mucha gente no sabe qué hacer con eso. Está tan a la mano decidir por la alegría. Eso dicen las místicas de todas partes del mundo, es es lo que muchos temen, porque amor, libertad, simplicidad y gozo son cosas que dejan sin validez al dominio, al control, y a los absolutos en los que se basa la injusticia cotidiana.

Pero están ahí. Son caminos posibles; muchos los han recorrido, dentro y fuera de las religiones. Critico creencias porque sé de lo bueno que son capaces a través del amor, pero también del daño que hacen cuando la gente pierde el enfoque, cuando cree sólo por creer. Respeto porque me debo a los seres de luz que me han guiado desde ellas, y con los que me sigo encontrando a menudo. Estudio porque sé que todas tienen siempre algo bueno para decirme, aunque no siempre estemos de acuerdo, tal como sucede con los viejos amigos.

Sea en un canto sufí, en un oratorio barroco, en los mantras del Hare Krishna o del Om Mani Padme Hum, en las danzas de los maoríes, en un cuadro de la crucifixión o la arquitectura de las mezquitas; sea en la Biblia, el Corán, el Tao Te King, el Sutra del Loto o el Bhagavad-Gita, allí, más allá de las palabras o las contradicciones, están el amor y la verdad de la vida, nuestro esfuerzo de hacer el encuentro íntimo con la realidad y entre los seres humanos algo siempre actual, posible.

Esa es mi única fe: podemos encontrarnos, podemos amar, podemos vivir conscientemente y con honestidad, se le puede a decir a la muerte que nada puede quitarle a quien ya lo dio todo, porque el tiempo es eterno, porque en El Más Grande Corazón nada desaparece y nada se olvida. Aquí y ahora están presentes todas las cosas que buscamos, si nos dedicamos sólo a encontrar.

He recordado esto al mirar los distantes ojos cafés, tan omnipresentes, de una mujer que eventualmente leerá estas líneas, mujer que contiene dentro de sí, ahora mismo, toda respuesta posible y conexiones con toda la historia del mundo. Esa misma que me ha recordado que lo mejor de mí siempre tuvo razón. Unos ojos a través de los cuales, quizá, veré algún día por fin el rostro de Dios.

1 comentario:

Lady_Red dijo...

Tus palabras poseen poder. Creo en el amor desde siempre. Tú sabes que mis ojos no ven otra cosa que amor en los tuyos. Te amo inmensamente.