jueves, 18 de enero de 2007

Perra Humanidad

Hoy topé un perro que hurgaba la basura detrás del museo en donde trabajo. Famélico, tenía una mancha oscura, casi rojiza, en medio de su pelaje marrón, señal inequívoca de que había sido herido ahí, explicación probable de su caminar tortuoso y lento. Merodeaba olfateando los desechos que de seguro otros perros habían dispersado.

Me quedé viéndolo por un momento: pese a que habían cosas comestibles, no tomó nada. De hecho, tuve la impresión de algo relacionado con su excesiva delgadez y la herida lo hacían ya incapaz de comer. De pronto, por unos segundos, se quedó quieto y me miró: confirmé mis sospechas. Estaba muriendo. Y revolcaba los restos como si no fuese a hacerlo, como si su condición pudiera ser obviada por seguir actuando como si no la tuviera.

Al seguir con mi camino, sentí claramente que algo en la condición de ese animal (que había llegado a inquietarme con su mirada patética) era análogo a la condición de toda la especie humana. Fuera de lo explicable, o de lo que quisiera reconocer, lo que miré en el perro me habló acerca de lo que realmente es la vida de millones de personas, quizá de la mía.

Pero no quise convertir ese malestar en argumentos. Unos ojos agonizantes pero esperanzados –tan estúpidamente esperanzados- lo habían dicho todo. Pero yo prefiero creer en mi vida, y escribo esto para dejar atrás al canino que de seguro ya está muerto. Para pretender que no vi ni sentí nada.

1 comentario:

DM dijo...

¡UHH! ¡QUÉ ESPESO MI HERMANO!
ESO ME LLEGÓ.
ES QUE YO TENGO UN ROLLO CON LOS ZAGUATES, Y NUNCA HE VISTO UNO AGONIZANTE. DEBE SER MUY HEAVY...