viernes, 29 de junio de 2007

Casi-final de la útlima semana del primer mes del año 24 de mi era

Es rico cuando se termina una semana, tenés ganas de escribir, y todo lo que tengás para contar sea agradable y bueno. El orden de los hechos y las pequeñas grandes decisiones del día a día me han ayudado a pasar de cerrar mayo con una horrible zozobra, a cerrar junio con paz, alegría y un entorno favorable.

Aunque claro, uno no está en una burbuja. La situación económica en casa ha estado complicada. Mis padres atraviesan un duro momento. Mis hermanos adolescentes confrontan cambios e incertidumbres. Y yo veo como mi capacidad para ayudar se ve menguada, en especial por las deudas adquiridas durante la bohemia (mayo-diciembre 2006) y los meses oscuros (enero-marzo de 2007). Mientras, estos días apenas evité una confrontación que hubiera lastimado mucho mi relación con uno de los mejores amigos que jamás haya tenido.

Y en medio de todo, paz. El taller en la casa de la Cultura de Heredia va a darse, y me alegra la modesta parte que he dado. Corazón de los Días, su versión revisada, fue aprobada por la editorial, cuyo diagramador me ha dado la libertad de compilar las ilustraciones y elementos estéticos que quiero para mi obra. Las sanciones que me han venido por causa de los problemas en el trabajo durante mayo fueron mucho menores de lo esperado. Mis amigos están bien. Me he reencontrado con gente maravillosa que había dejado de ver. He tenido conversaciones ricas y maravillosas (había olvidado algo básico, tengo paz y estabilidad siempre y cuando tenga con quien tener una conversación inteligente o al menos ingeniosa).

Menciono aparte dos cosas: mi “reencuentro” con mis padres, y la vuelta por la Feria Nacional del Libro ayer jueves. De la primera, digo lo que cabe dentro de la discreción: me peleé con mi madre el martes en la noche, y ambos dejamos salir amarguras y resentimientos antes no hablados. Mi padre presenció entre entristecido y frustrado, mis hermanos obviamente incómodos. Al terminar la reyerta, me fui al cuarto de mis padres, el único que ofrece cierta privacidad, y comencé a llorar silenciosamente, lleno de ira y dolor. Papá entró para hablar conmigo. Lo abracé y sollocé en su hombro, desde hace algún tiempo más bajo que el mío, pero siempre firme y ahora cálido. “Cuánto ha cambiado este hombre”- me dije, mientras comencé a tender un puente entre él y yo, contándole las cosas y sentimientos que nunca le había confesado sobre nuestro duro pasado familiar, y los dolores y crisis que he tenido que cargar entre soledades y ayudas externas mientras no podía confiar en nadie de mi casa. Luego llegó Mamá. Y ella escuchó y me vio llorar y confesar y limpiarme de la desconfianza que desarrollé hacia ellos en medio de un dolor que había hablado con todos menos con ellos, quienes más debían escucharlo juntos. Y ellos hablaron y yo escuché, y todos sanamos.

Desde esa noche, tengo un peso menos sobre los hombros de mi alma. He abierto con éxito y sin temor una puerta que había sido cerrada por el dolor y la confusión en los días anteriores a mi primer recuerdo.

Lo otro que quería reseñar, brevemente, fue el rico tiempo que tuve con mis compañeros de trabajo Xinia, Ana y Don Jorge en la Feria del Libro de este año, realizada en Zapote, al este de la capital. Allí disfrutamos montones, mientras que como niño en confitería yo tocaba, comparaba, olía y disfrutaba de tanto papel lleno de vida, cuando era el caso (sigo pensando que, lamentablemente, nuestra era ES en efecto lo más bajo de la Edad Folletinesca imaginada por Hesse; se publica demasiada mierda hoy en día). En medio de eso, traje conmigo una buena lista de adquisiciones: El sombrero de tres picos de Pedro Antonio de Alarcón, Poesía de Garcilaso de la Vega y Fray Luis de León, los tres en 1.000 colones ($2), Final de juego de Cortázar, El paraíso perdido de Milton, y la gran adquisición del día: las cuatro novelas de Carlos Luis Fallas (Marcos Ramírez, Gentes y gentecillas, Mi madrina y Mamita Yunai) en tan sólo 5.500 colones ($10). ¡Fue hallazgo increíble! Aparte me regalaron un libro titulado Movilmanía, una genial parodia/reflexión sobre los extremos ridículos del uso del celular en el mundo de hoy. En fin, diez libros, 10 mil colones gastados. Para un bibliófilo como nosotros, esta fue una jornada más que exitosa. :P

Bueno, eso ha sido el fin de mes. Proyectos largamente acariciados cada vez más cerca de la realización. Un semestre que cierra bonito. Reencuentros. Heridas sanadas. Y yo, un hombrecillo que apenas comienzo a entender de verdad cómo vivir y disfruta tanto de su momento como de la sutil incertidumbre que todo lo permea.

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