martes, 26 de junio de 2007

Junio casi ido, o el mes resumido en una noche

Ayer tuve una conversación que podría calificar de maravillosa. Mi compañía anoche fue la de Scarlet, una compañera de carrera a la cual siempre he apreciado pero con la cual nunca había tenido una buena conversación. Pero vaya si esta primera lo fue.

Al ella podría presentarla como una joven bella, simpática, vivaz, inteligente, profunda, con unas ganas insaciables de sentir y conocer la vida. Eso fue lo que me transmitó, eso fue lo que me permitió sentirme completamente libre y a gusto al compartir con ella. Nuestros puntos de vista tienen muchas semejanzas, a pesar de que los puntos de partida son radicalmente distintos. Hablamos de cantidad de cosas, las cuales obviamente no voy a referir. Pero lo más importante es que, anoche con ella, tuve un don que rara vez se tiene con otro ser humano: el encontrarte de verdad con algo de vos mismo gracias al otro.

Casi siempre las conversaciones son redundancia y desencuentro, apariencia de comunicación. Estoy seguro de que cualquiera que se haya sentado a pensar un par de veces en cómo la gente se no-comunica estaría de acuerdo conmigo. Pero anoche no fue así: fue un diálogo de verdad, algo en lo cual el ser sólo fluyó y supo “estar-ahí”.

Así, con ella pude repasar, ya fuera con ella o sólo para mí, los más importantes procesos que tuve a lo largo de este mes: siento que por fin pude limpiarme de toda la porquería que metí en mi mente y conducta en los pasados meses de bohemia, consolidé mi proceso de recuperación interior, estabilicé al menos lo suficiente mi situación en el trabajo. Y claro, sin dejar de lado el gusto de haber terminado ya la rigurosa revisión a la que sometí a Corazón de los Días, mi poemario de haiku y senryu, la cual ya ha sido prácticamente aprobada para que vea la luz en no mucho tiempo.

En cada cosa hallé placer y belleza. Mucho cuestionamos y dudamos. Mucho nos reímos. Y así, antes de que el peso de la realidad me devolviera al mundo, hallé un espacio de paz que agradezco, pero en el cual reconozco ahora todo el proceso que me permitió, justamente, disfrutar de este tipo de cosas nuevamente.

Pero, por otra parte, me quedó claro, entre cosa y cosa, algo que sé que está bien y mal al mismo tiempo: soy cada vez más intolerante ante la ineptitud ajena. Es curioso: lo dejo pasar todo, bueno, casi todo (religiones, preferencias sexuales, criterios políticos, defectos y complejos de toda clase, etc) pero me ha quedado claro que hay tres cosas con las que no puedo: los fanatismos, la estupidez autoindulgente (es decir, el caso quienes son idiotas y no les importa, o peor aún, lo disfrutan) y la gente que, estando en capacidad de hacer algo útil en situaciones específicas, no lo hace, o la que demuestra que sencillamente no es capaz de hacer nada útil allí en donde está. A esta última es a la que llamo gente inepta.

Lo veo todos los días en las calles, en las instituciones, en los gobiernos, en las relaciones interpersonales… A veces siento que casi nadie está donde debiera, o que más bien millones deberían ser suprimidos para darle espacio a quienes podrían hacer mejor su trabajo o función. Sé que suena fascista, pero a lo que me refiero es que he llegado a la conclusión de que lo que de verdad enferma a este mundo no es la gente que hace el mal, si no los millones y millones de personas comunes que no hacemos bien lo que debiéramos. El mundo no está enfermo de maldad, si no de mediocridad y conformismo.

En fin, entre estos dos polos (por un lado, la recuperación de cierto grado de paz interior y sentido de identidad, y mi –ahora lo reconozco- irremediable disconformidad con el mundo que hemos hecho, por el otro) este ya casi primer mes de vigésimo cuarto año ha casi terminado.

Estoy mejor que hace treinta días, eso es todo lo que aseguro. A la espera y en busca de algo.

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