viernes, 8 de diciembre de 2006

Una pausa para hablar de afectos

Es inusual, hasta donde sé, que alguien sienta su lugar de trabajo tanto o incluso más hogar que a su propia casa.

Pero ese es mi caso. Para quien entre por primera vez, le cuento que trabajo en la Biblioteca Carlos Luis Sáenz del Complejo Juvenil del Conocimiento del Centro Costarricense de Ciencia y Cultura, o, para efectos prácticos, la Biblioteca en el Museo de los Niños. “En”, porque no es parte “de”.

De hecho, estoy agradecido de que la realidad de esta biblioteca sea tan distinta a la del Museo: es mucho más rica para crecer como ser humano, pero nos vemos confrontados cotidianamente con severas limitaciones. Y hoy, hago mención de ella porque en realidad vengo de un momento no sólo conmovedor, sino que me ha puesto en perspectiva acerca de cuánto le debo yo a este espacio vital en todo lo que respecta a mi crecimiento personal de los últimos dos años.

Resulta que la reunión anual general para hablar de resultados, fue complementada por mi jefe con una dinámica que generó muchas emociones y consolidó afectos. Fue la simple idea de que cada una de las 11 personas presentes comentara lo que pensaba y sentía por sus compañeros. De esta simple consigna, surgió una dinámica como cuya energía fue una delicia…

Lo menciono porque sé, creo que quien lee lo sabe también, que en verdad todos cometemos cotidianamente la falta de no reconocer a través de la palabra, de un simple cometario o halago, lo mucho que apreciamos a quienes nos rodean, a nuestros benefactores cotidianos. Nuestra vida, como seres sociales, es lo que es en sus mejores facetas porque otros nos apoyan a través de su servicio o afecto. Pero no les damos el mérito debido. Por eso, hoy nuestro jefe nos sacó de esa falta, y todos hablamos.

Mi departamento de trabajo, en verdad, es una familia. Todos nos miramos como hermanos, padres, hijos. Manifestamos que nuestros vínculos se fortalecen gracias a que todos compartimos, sin temor ni represiones, lo que somos y sentimos día a día en un entorno de tolerancia y libertad, mismo construido por cada uno de nosotros dentro de una aplicación de respeto e igualdad.

Me vi comentando acerca de lo privilegiado que puede un hombre sentir cuando, en un mundo con tanta gente superficial (o abiertamente tonta, sin afán de ofender), donde es tan difícil hallar quien escuche en vez de sólo esperar turno para hablar, me veo cotidianamente rodeado por personas talentosas, inteligentes, solidarias, comprensivas, de mente abierta y una completa disposición a escucharlo a uno en cualquier situación.

Así que, en medio de esa amistosa calma que se tornaba cada vez más intensa, pude repasar en mi mente cada momento, cada cambio, cómo mi ser-en-el-mundo, mi actitud ante la vida, se han modificado para bien gracias al contacto con este grupo de gente maravillosa. Destaco a Don Jorge Artavia, jefe, amigo, maestro, padre; en él, por primera vez, hallé un modelo balanceado de aquello que yo quisiera ser cuando llegue a la plena madurez.

En fin, sólo doy fe de la gratitud que me embarga al pensar en lo mucho que le debo a este sitio. Que cada cuento, ensayo, crónica, poema, relación personal, proyecto, cada aspecto del ser, todo a lo largo de los años por venir llevará sin duda, en alguna parte, un sello que dará fe de que trabajé, crecí y amé en este sitio.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ya sos mejor, y yo también cuando crezca quiero ser como vos.