Ausente de cuerpo y voz, persigo al mar con la nariz rastreando la sal
en medio de los árboles. No hay pupitre que contenga mi pecho agitado, las piernas inacabables o el rumor de las gaviotas detrás de las celosías. La luna retrocede hasta dar paso al ocaso febril naranja turquesa y color ojos cerrados, jadeos mientras las manos tocan la espuma que eclipsa efervescente los pies.
No hay pupitre ni clase, no importa lo que digan los muros del aula
o el tono afable de la profesora de mirada aún más lejana que la mía.
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