Ella toda fragancia y muerte. Exquisita mi sangre lamida entre sus dedos fríos.
Lacera y doy las gracias. En sus brazos la asfixia se forma con otros colores.
Soy puro, conozco a Dios. Me dice que ella nada sabe de futuros o esperanzas.
Comprende entonces mi cuerpo verdades laberínticas que nos guían
a las profanidades de la fe, mientras toda queja de la carne enmudece.
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